Segundo cortado y parece que el teclado me pide piedad después de más de cinco horas intentando que mi jefe se quede satisfecho. Llevo toda la mañana trabajando mientras veo como parejas se despiden, quizá para siempre, y otras que se reencuentran para no separarse jamás.
Por la ventana veo las, ya cada vez más familiares bufandas, y un escalofrío que parece provenir más del sentimiento de vacío que del apropiado frío de esta estación, recorre mi espina dorsal.
Cierro los ojos y una sensación inunda mi cuerpo por completo.
Abro los ojos; ahí estás tú,
y de pronto ya no es invierno.