Archivo de la categoría: SEPTIEMBRE IMPRUDENTE

Aunque tú no lo sepas

Inventamos mareas
Tripulábamos barcos
Y encendía con besos
El mar de tus labios.

Enrique Urquijo y Los Problemas

Nadie le ha dicho que es capaz de salvar al mundo con un abrazo,

que de sus pupilas rezuma un abismo inescrutable y en sus lágrimas recae todo el dolor de una nación.

Nadie le ha dicho que cuando me besa, el frío abandona mis huesos,

que de sus caricias salen ejércitos dispuestos a borrar el pasado,

que nació porque la vida necesitaba un sentido para seguir.

Nadie le ha dicho que su cuello sabe a la sal de un mar que cura heridas,

que es capaz de hacer tambalear todos mis esquemas cuando me baja las bragas,

y me dice, muy lento, que me deje llevar.

Nadie le ha dicho que desde que duerme a mi lado, odio que se acaben las noches,

que los domingos son un error cuando se va

y, la mera existencia, una fiesta cuando se queda.

Nadie le ha dicho que es capaz de hacer que el orgullo adquiera un nuevo significado,

que de sus manos nacen las raíces donde quiero seguir creciendo,

y su regazo es el único sitio donde quiero estar.

Nadie le ha dicho que cuando canta, bailan hasta los más tristes,

que su sonrisa son los cinco minutitos más de cada mañana,

que le debo la vida que he vivido desde que le conocí,

y que quizá por todo eso,

merece que le dé

toda aquella que me quede.

Una canción de The Killers

Han sido muchos años escribiéndole al amor; a veces imaginario, a veces esquivo, a veces simplemente real y doloroso.
Paralelamente a aquello, fui cediendo ante la incompatibilidad, ante la rutina, ante la verdad demoledora que suponía saber que el amor siempre sería una posibilidad, cuya reciprocidad era tan cuestionable como su propia esencia.
Me repetí mil y una veces, tras hablar con muchas bocas que habían jurado en nombre del amor, y languidecido poco después tras su ausencia, de que perseguía una quimera, anticuada, desolada, irreal, y de que la única forma de escapar era olvidarme de ella.

Claro que, luego, te conocí a tí.

Una parte de mí lo supo desde el principio, la otra esperó pacientemente tras la puerta hasta que decidiste entrar, pero las dos tenían tatuado tu nombre a fuego, y tus ojos azules envidia del mar.

Me sonreíste en aquella terraza, mientras el mundo parecía no ser consciente de que esa noche, por fin, había empezado todo lo que jamás tendría vuelta atrás.

Y desde entonces
has sido el sueño en el que vivo aunque esté despierta,
el beso de buenas noches que lo cura todo
la canción que cantas constantemente en mi cabeza,
el sentir perpetuo de que todo va a salir bien,
y la sensación irremediable de que,
ésta vez,
es cierto.

Y es que siempre serás
El abrazo que todo lo cura,
la caricia que junta mis grietas
la mitad que me hacía falta incluso cuando estaba completa
la sonrisa que acucia mi alma,
y que me acuna,
y que me mata.

Alguna vez podré escribirte sabiendo descifrar todo lo que emana mi pecho, pero no tengo prisa porque nos sobra tiempo, no tengo excusas porque ya no existe duelo.

No tengo miedo

porque

te tengo

a ti.

Los mismos clavos

Te diría que te quiero hasta desgastarme los labios en burdos intentos de explicar porqué tú, y no cualquier otro.

Te diría que te quiero hasta que la palabra fuese en vano. Hasta que sonase a promesa barata, a sueño roto, a hablar por hablar. Te diría que te quiero hasta consumirme en tí. Hasta ver la vida tras las mismas pestañas que hoy me aguardan, cuidándome, y revivir sólo para guardarte en mis pupilas acunándote dentro de mí.

Te diría te quiero siempre. Incluso aunque la propia palabra me parezca endeble, injusta e infantil ante esta conexión que derriba todo a su paso, muro a muro, llanto a llanto, canción a canción.

Te diría que te quiero porque es lo que sentí desde la primera vez que pasaste tus manos por mi espalda, quitándome ese peso de encima que jamás volvió. Invitándome a un viaje para el que no había chaleco salvavidas, ni cámara, ni acción. Devolviéndome la paz, la fe, la voz.

Te diría que te quiero aunque no me creyeses, aunque negases con la convicción de un corazón herido, aunque tapases tus oídos refugiándote en la negación.

Te diría que te quiero porque aunque no tenga sentido,

ni pies, ni cabeza,

pase lo que pase y a pesar de a quien le pese

siempre tendré razón.