Tengo en la mente mil momentos en los que te he tenido tan cerca que podía oír el sonido de tu corazón al latir. Así de cerca. Tan cerca que podía contar todos y cada uno de los lunares, que con maestría, dibujan tu cuerpo. Tan cerca, que tuve el cielo a tan sólo un par de besos de distancia, y preferí conventirme en ceniza dejándome llevar por el fuego que se desencadenaba en tus caderas. No voy a pedir perdón por nada. En cuanto me conoces sabes que tengo la serenidad brillando en los ojos como una falsa coraza, pero que en las bragas me sigue colgando el cartel de ‘pasen y vean’, como una invitación a la única parte de mí que sigue siendo tan primitiva como las ganas de arrancarte la ropa que me entran cada vez que te veo.