Escribo por el nudo en garganta. Por los doce meses. Por todas las tardes de hotel. Escribo por la poesía, por los recuerdos que tiñen mis ojos cuando hablo de ti, y por todo lo que he callado cada vez que he estado contigo.
Escribo porque ahora entiendo que el hilo rojo del destino fue solo un cuento, que la verdadera fábula comenzó cuando entendí que mariposas no era solo un nombre para describir algo inefable, si no un aviso para todo lo que quedaba por vivir.
Mariposas porque siempre fuimos libres, porque el estómago fue la cárcel de la que las liberamos cuando nos dimos cuenta que nuestra historia no era una más, si no que era la que marcaría un antes y un después en el resto de las historias.
Mariposas porque las alas nos salieron cuando nos miramos a los ojos. Porque el amor fue el responsable de evolucionar todos los besos, y nuestra única excusa para romper contra todo, fue querernos conservar siempre a nosotros mismos.
Mariposas fue la casualidad, el beso, las sonrisas, el tiempo, tu casa, la mía, la promesa callada que ninguno de los dos jamás quiso describir. Mariposas fue la historia, el sueño, las ganas, el viento, mi vida, tu pecho y cualquiera de las mañanas frías que me sirvieron de excusa para no querer salir.
Escribo porque cuando lo hago, puedo sentir que lo único que ha pasado es el tiempo, y que nosotros siempre seremos aquellos niños que se enamoraron, sin siquiera, saber lo que era amar. Te escribo porque cuando lo hago te siento más cerca, porque con cada línea siento tu abrazo, y porque la única promesa que siempre querré será la de escribirte hasta que la vida te haga sueño, lo suficientemente grande, para poderte cumplir.
Una y otra vez.
Hasta hacerte eterno de nuevo.