Vete, no voy a ser yo la que te prohíba que seas feliz, lo único que te voy a pedir es que nunca me olvides. Que nunca olvides esas pequeñas cosas que nos hicieron enamorarnos tan perdidamente el uno del otro. Que nunca te olvides de que detrás de todas esas lágrimas también hubieron muchas sonrisas. Que siempre recuerdes que todas las veces que te dije que te amaba lo dije de verdad, porque para mí nunca hubo otro. Que recuerdes que mi piel lleva escrito tu nombre, al igual que tu piel lleva escrito el mío gracias a las tantas noches de pasión que nos concedimos. Que nunca te olvides de que yo fui la que apostó por ti aún sabiendo que iba a ser difícil, aún sabiendo todo el pasado que cargabas a la espalda. Y aunque tú no quieras recordar nada de eso, siempre habrá canciones que te lo recuerden, o calles, o camas, o el mismo verano.
Dejo que el bolígrafo se funda con el papel un segundo y al siguiente me paro y leo lo que he escrito. Sonrió involuntariamente, pero cuando me doy cuenta de que he vuelto a escribir tu nombre esa sonrisa desaparece. Mierda. Como un mantra intento acordarme de los motivos por los que no eres bueno para mi aunque me doy cuenta de forma instantánea de que el mayor motivo de mi infelicidad soy yo. Con dedos temblorosos empiezo a mirar nuestras fotos, aquellas que plasmaron los felices aunque escasos momentos que pasamos juntos. Saco la carta que hace poco me escribiste y la leo de nuevo. Puede que pienses que no eres nada pero eres la nada que me mantiene vivo. Tu frase. Recuerdo que me puse a llorar cuando la leí por primera vez, igual que ahora. Acarició mi mejilla recordando aquellos momentos en los que eras tu el que limpiaba mis lágrimas mientras me recordabas que tu tampoco eras perfecto. Dejo que una lágrima acaricie mi mejilla y acto seguido exploto en llanto. Te echo de menos. La pantalla de mi teléfono se enciende como cada noche y veo que en ella aparece tu nombre. Descuelgo el teléfono y me limito a escuchar. Oigo tu respiración entrecortada mientras repites mi nombre una y otra vez pidiéndome por favor que te conteste y sé que has estás llorando. Consigo reprimir un sollozo y cuelgo el teléfono. Hoy no, me digo a mi misma, quizá cuando empiece a quererme a mi misma seré capaz de entender que me amas, quizá mañana, quizá.
Recuerdo los cristales empañados a base de jadeos desesperados. Tu respiración chocando con mi cuello. Tu boca sobre mi cuerpo, en todas partes. Mis gemidos desesperados por llegar al final de esa tan dulce tortura. Los besos pasionales y efervescentes entre embestida y embestida, marcando un ritmo agónico y celestial. Mientras de fondo se escucha » I’ve got you under my skin» y yo, pérdida una vez más entre tus brazos, en la inmensidad de tus ojos, entre las sábanas que ocultan este placer carnal al resto del mundo no tengo mas remedio que darle toda la razón a Sinatra, porque una noche más, te tengo bajo mi piel.