Te diría que te quiero hasta desgastarme los labios en burdos intentos de explicar porqué tú, y no cualquier otro.
Te diría que te quiero hasta que la palabra fuese en vano. Hasta que sonase a promesa barata, a sueño roto, a hablar por hablar. Te diría que te quiero hasta consumirme en tí. Hasta ver la vida tras las mismas pestañas que hoy me aguardan, cuidándome, y revivir sólo para guardarte en mis pupilas acunándote dentro de mí.
Te diría te quiero siempre. Incluso aunque la propia palabra me parezca endeble, injusta e infantil ante esta conexión que derriba todo a su paso, muro a muro, llanto a llanto, canción a canción.
Te diría que te quiero porque es lo que sentí desde la primera vez que pasaste tus manos por mi espalda, quitándome ese peso de encima que jamás volvió. Invitándome a un viaje para el que no había chaleco salvavidas, ni cámara, ni acción. Devolviéndome la paz, la fe, la voz.
Te diría que te quiero aunque no me creyeses, aunque negases con la convicción de un corazón herido, aunque tapases tus oídos refugiándote en la negación.
Te diría que te quiero porque aunque no tenga sentido,
ni pies, ni cabeza,
pase lo que pase y a pesar de a quien le pese
siempre tendré razón.