Innecesario. Como las preguntas que formulas temiendo las respuestas, como la necesidad de huida en un callejón sin salida, como el latido convulso de un corazón que está destinado a cesar.
Cruel. Como el último abrazo que intenta sanar lo que está matando. Como la bilis depositada en aquella última frase que sentencia, puñal en mano, todas las que vendrán después.
Vital. Como la niña que se desnudó, harta de ataduras, y se vistió de gala para abrirse la puerta. Como el escozor que cura la vida, como la vida que se abre camino, como el camino que se toma por principios y no por conocer su final.
Intenso, como todo aquello que hago, tomándome el pulso en cada tramo para valorar más todavía el seguir respirando y, sobre todo, el no querer parar.
Porque llevo atado el sentimiento a mi nombre desde el día en el que la escritura me abrió sus piernas y de nada sirve guardarse dentro todo aquello que merece estar fuera.
Porque al final todos nos escondemos,
sin tener en cuenta
que nadie nos va a encontrar,
si no abrimos la puerta.
