Sinfonía atemporal

La soledad que acucia desde el quicio de un pecho pidiendo libertad, es únicamente comparable a la desidia que enmarcan, las pupilas acristaladas de la gente que sabe que cuando todo esto acabe, querremos ser los mismos aunque ya nada sea igual. Buscamos la liberación acariciando las pantallas que hasta ahora, nos ocultaban al resto del mundo, y nos sentimos vacíos y miserables, esperando encontrar una luz que nos salve, de nuestra propia oscuridad.

Entramos en un bucle con la tristeza arañando las paredes, y otorgamos la culpabilidad a la soledad, cuando realmente el único motivo de tal desazón, es encontrarnos de nuevo con nosotros mismos y no ser poseedores de una buena excusa, que nos abra la puerta y nos saque de aquí.

Nos refugiamos en la esperanza del mañana, coaccionando al presente como si fuese un peaje obligatorio a pagar esperando expectantes un futuro perfecto que, rezamos, se convierta en realidad cuando sólo es verbo. Inconformistas de alas rotas, sueños baratos, egoísmos banales, carnales e incalculables, hacedores de sueños en vez de realidades, amortajados, condenados, siendo nosotros los verdugos y las víctimas de este juego incomprensible, fruto de esta inmarcesible sociedad.

Así que cuando la vida nos dé una segunda oportunidad, el mar nos bañe los pies y el sol nos permita volver a bailar a su merced, dejemos que el mundo vuelva a girar sin cuestionar su eje, y empecemos a rotar con él sin pensar en lo que pasará, y confiando en que pase lo que pase, siempre nos tendremos a nosotros y siempre nos quedará la libertad.