Bendita epifanía

No tengo miedo al tintineo constante de la vida burlándose de mí al oído. No me interesa como acaban las historias que no deberían tener final. Me deshago en el limbo de lo incomprensible, y me refugio en los brazos del vacío al que, poco a poco, he aprendido a llamar hogar. No me interesan las supersticiones del amor esquivo. Me alimento de los recuerdos dolorosos, para darle sentido a mi coraza. Me caigo y me levanto con el sigilo de alguien que ha aprendido cómo parar el golpe, y me golpeo las veces necesarias hasta que aprendo en quién no debo volver a confiar.

He vuelto a escribir porque no concibo la vida sin describirla. He vuelto porque huir no funciona cuando no tienes porqué. He estado apoyándome en aquellos que nunca me han dado la espalda, y por ellos, que nunca me han dejado, siempre volveré.

No le debo nada a nadie más que a mí misma, y a mí misma sólo me debo creer y crecer. Camino diferente porque lo igual siempre ha sido sinónimo de monotonía, y ya tendré tiempo de hacer siempre lo mismo cuando, a cuatro metros bajo tierra, mis únicas vistas sean justo, la imposibilidad de ver.

Doy las gracias por no haberme rendido aunque haya tenido cientos de excusas para desaparecer, y es que si hoy escribo es porque pude superar todo lo que, sobre mis hombros, cargo pensando en los errores que pude cometer ayer. No siento no ser perfecta, ni sentir como siento aunque nadie entienda porqué.

Y es que, si he llegado hasta aquí, ha sido porque he aprendido que hacen falta más de mil balas

para

hacerme

caer.