Resiliencia

Perdón por haberme hecho tanto daño, y por no haber comprendido antes, que si la vida no viene con manual de instrucciones, es porque todavía nadie ha sabido salir ileso de ella. Que no hay camino perfecto. Ni respuesta correcta. Ni truco final de esos que te dejan con una sonrisa en la boca, cuando piensas que todo había acabado. Que no hay dobles cartas, y nadie aparece con un ramo de flores al final de cada putada, porque te das cuenta de que la verdadera inocente eres tú, y la inocentada es cada piedra con la que te tropiezas hasta que aprendes que ellas también forman parte del camino.

Si me pido perdón es porque siento, que he bañado con las lágrimas los párpados culpables de gente que lejos de mirarme a la cara, pierde la suya al verme de frente. Que he perdido los papeles por gente que interpretaba los suyos perfectamente, y he caído en la trampa de creerme inferior que aquellos que sólo subieron a la cima, porque vivían por y para la adrenalina que les otorgaba el descenso.

Necios de sonrisas vacías, de pechos que no albergan corazón si no ira, que morirán sin saber que el amor siempre fue la respuesta, y ellos vivieron temiendo a la pregunta. Que la vida es ese simulacro que perfeccionas cuando a tus espaldas está el verdadero incendio. Que vivimos con tanto miedo a las llamas que nos perdemos el calor de nuestro propio fuego. Que descatalogamos, vendemos y utilizamos cualquier producto, aunque este susurre entre sollozos nuestro nombre, y nos hemos acostumbrado a mirar las heridas, en vez de asegurarnos de que no seremos nosotros los que empuñemos el arma la próxima vez.

Me pido perdón por haberme creído igual que toda esa gente que se marchita, indiferente a cualquier estación del año.

Porque si bien en la vida no hay victoria sin daño, tampoco hay sentido sin pasión.

Y os puedo asegurar que eso es lo único por lo que no debo pedir perdón.