Creerte nunca fue una opción. Fue un abismo para los soñadores, que aún sabiendo que hacerlo era una caída en picado, esperaban que fuera el cielo, y no el suelo, el que los encontrara al llegar.
Tú no fuiste la caída, fuiste la adrenalina al final del camino, el ligero cosquilleo en los labios, el abrazo a los ‘peros’, y la extraña manía de creernos eternos aunque nunca supimos lo que podía pasar. Me enseñaste que las promesas eran la excusa de los cobardes para tener atado todo aquello que, en realidad, merecía volar sabiendo que al final el camino de vuelta les llevaría al lugar correcto al que llamar hogar, que no necesitábamos recuerdos, ni pactos, ni pretextos para acabar juntos aquello que nunca quisimos terminar.
Y quizá nunca llegamos a nada,
porque quizá ya lo hemos sido todo.
(Y eso, es lo realmente imposible de borrar)