Si decides quedarte anclado a mi pecho, acampararemos allí dónde sólo ha sabido llegar la luna. Lloverá volviendo a cualquier tierra, fértil, llenando de primavera a estas caderas que ahora sólo le rezan al santo, que se columpia en ellas con una sonrisa pícara de niño de quinto de primaria, con sueños de tercero de carrera. Si te quedas, montaremos una fiesta privada en el interior de nuestra cama, aprovechando que el minimalismo es lo que se lleva ahora. Amanecerás caníbal, y no habrá ni prosa ni poesía suficiente entre mis piernas, que haga saciar el hambre, que sólo despierta tener al pecado durmiendo al otro lado del almohada, y que tú, al fin y al cabo, no quieras que se vaya.
Nunca.