Me presento

Soy la gota que colmó el vaso. Las manillas de un reloj que perdió la hora pero no las ganas de seguir andando. Soy el punto y final de la historia interminable. Soy un polvo sin beso, una huida sin regreso, una película de amor sin final feliz.

Soy la exclamación del grito, del progreso, de la risa, del viento, del orgasmo coronando una tarde de domingo, antes de volver a la rutina e ir a trabajar.

Soy la heroína de mi historia, aquella que corre por las venas de los que me leen sin saber que lo que tienen delante no es poesía; si no desastre. Que Roma llora pensando que sus ruinas jamás estuvieron tan cerca de la palabra ‘amor’.

Soy el recuerdo de tus mejillas como si fueran Troya, la razón de tu mala memoria, tu canción favorita antes de dormir.

Soy la causa y el efecto, la versión buena y mala de la historia; tu jodida trayectoria, la metáfora de la gloria que sólo te concede los huevos de querer vivir.

Conjeturas

Si decides quedarte anclado a mi pecho, acampararemos allí dónde sólo ha sabido llegar la luna. Lloverá volviendo a cualquier tierra, fértil, llenando de primavera a estas caderas que ahora sólo le rezan al santo, que se columpia en ellas con una sonrisa pícara de niño de quinto de primaria, con sueños de tercero de carrera. Si te quedas, montaremos una fiesta privada en el interior de nuestra cama, aprovechando que el minimalismo es lo que se lleva ahora. Amanecerás caníbal, y no habrá ni prosa ni poesía suficiente entre mis piernas, que haga saciar el hambre, que sólo despierta tener al pecado durmiendo al otro lado del almohada, y que tú, al fin y al cabo, no quieras que se vaya.

Nunca.

Prólogo de un imposible

Hoy te he soñado desvistiendo de dudas las noches más frías que hay en abril. Dibujando en la arena un futuro incierto, amenazado por el viento, incrédulo, que lucha por arrasar todo a su paso, con la escusa caprichosa de que él nunca tuvo a alguien que le bailara, como quien baila el agua dejándose llevar por un verano atemporal. Te he soñado desnudo, pidiéndome a gritos un segundo asalto, una prórroga, aunque sepas que el partido ya está ganado, que siempre lo ganamos, pero me has pedido que saque el sombrero de vaquera, que necesitas que monte una fiesta en tus caderas. Que te monte. Sin más. Que la vida es una carrera y quien no se corre es porque no quiere. Y yo, quiero correrme contigo. 

Inefable amor

Estaba escrito. Tenía que encontrarte. Tenía que ponerle cara a todo aquel sentimiento que llevaba esperando albergar en mi pecho, desde hace algo menos de un año. Tenía que encontrate, para saber lo que se podía llegar a sentir si te miraba a los ojos y te escuchaba reír por primera vez, como tantas veces soñé que harías conmigo. Tenía que encontrate. Tenía que quitarme la espina que permanecía clavada en mi interior, cada vez que me paraba a pensar que posiblemente nunca viviera, una de esas historias de amor por las que otros eran capaces de morir. Tenía que encontrarte, porque si bien el amor es algo inefable, tú eres la poesía viviente más cercana a poner describirlo. Tenía que encontrarte, para convencerme de una vez por todas de que, no es que no hubiera nadie para mí, si no que todavía no lo había encontrado. Que no te había encontrado. A ti. Conmigo. A un nosotros que creció en mi vientre la primera vez que te vi, metamorfósis de una nueva primavera, de la más bella de todas, la nuestra. Tú. A tí, que te encontré a pesar de saber que quizá tú nunca querrías buscarme.

Bala metáfora

Hoy siento como si la vida me desgarrara entre sus dientes con una sonrisa socarrona. El dolor hambriento que recorre mi cuerpo se clava en el pecho haciéndolo sangrar; ya no hay sístole ni diástole que salven tanto desastre. Gimo como si, más que un saludo de guerra, fuera un grito de ayuda, de alerta, como una señal en rojo sangre que carece de ella. La poesía me mira desde una esquina de la habitación, con el baile elegante de una mecedora, permaneciendo ausente, fiel espectadora de un autoretratro destructivo, intrusivo y definitivo. Como si eso no fuera suficiente poesía, comenta, como si no estuviera lo suficientemente destruida ya.

Y sonrío.

Bendita primavera

Hoy he estado pensando en lo que pasaría si llegáramos a traspasar esa línea imaginaria que ahora nos separa. La línea arbitraria, cruel, y a la vez inexistente que comienza a aparecer cuando bajo la guarda y me permito la licencia de pensar en ti. 

No voy a negar que duele. Que toda esta situación araña con el tequila en la garganta de quien tras la última ronda, no quiere volver a casa, pero me he dado cuenta de que es una realidad que lejos de poder controlar, me maneja. Me maneja la manera en la que me podrías besar, en la que me podrías abrazar para decirme que desde que estás conmigo la felicidad no te ha rozado, te ha golpeado con fuerza y se ha instalado en tu pecho, haciendo crecer en él la más bella primavera, preciosa metamorfosis del mes de abril.

Conjugando en tu nombre

Te he estado esperando desde ese momento en el que supe que no podía seguir amando a alguien que ni siquiera sabía querer. Te he estado esperando desde el mismo banco en el que mi padre me dijo que por mucho que el tiempo pasara y todo cambiara, no dejara de mirar al cielo, porque este sería el único capaz de ponerme límite. Te he estado esperando mientras escuchaba canciones que dedicaban sus letras, a corazones mucho más destartalados que el mío, y que volvían a latir cuando aparecían personas como tú. Y tú, que eres tirita, que eres hielo, que eres infierno y eres cielo, que eres manta en las noches más frías de abril. Tú que eres droga y abstinencia, que eres musa y eres ciencia, que eres ganas de volar quedándose aquí. 

A ti, te prometo que si esto sale bien no habrá prosa, ni sonrisa, ni poesía que no aparezca conjugada en tu nombre.

Ratita

La primera vez que vi llorar a mi padre fue poco antes de que me operaran por tercera vez. Recuerdo como si fuera ayer que tenía la mirada perdida y la cabeza gacha, mientras caminaba hacia la iglesia, como reconociendo ser la hipocresía andante, ateo en busca de la misericordia de alguien en quién nunca había creído. En ese momento no me di cuenta, de que aunque pareciera estar andando a mi lado, ese hombre caminaba de rodillas en busca de la salvación de lo único que había querido, tanto, como para no dudar en quitarse la vida si pasara algo.

 Durante todo ese proceso de recuperación que tuvo la operación, los dos aprendimos algo. Él comprendió que su hija, iba a tener que caerse muchas veces antes de volver a andar, como si fuera una metáfora de mi propia vida. Yo por mi parte, aprendí a cómo levantarme sin echar a perder todo lo que antes había andado.

Y nos hicimos fuertes juntos, más fuerte de lo que un día me enseñó a ser, más fuerte aún de lo que fue cuando me vio sonreír por primera vez, y sintió que toda su vida cobraba sentido.