Sé que es tarde, aunque sabes que es la hora perfecta para mí. Lo sabes. Lo sabes todo, absolutamente todo. Sabes cómo hacerme gritar de felicidad, o cómo hacer brotar carcajadas catárticas del fondo de mi garganta. Sabes cómo hacerme sentir querida y valorada, y que broten de mis mejillas esas rojeces tan adorables de las que tú tanto te quejas. Me sabes. De principio a fin, de pies a cabeza. Sobre todo de pies a cabeza. De pies. Mis pies. Esos por los que has sentido tanta impotencia y tanto respeto al mismo tiempo, esos que te hicieron vislumbrar mis pequeñas cicatrices, cuando aún no conocías todas esas historias que se escondían bajo la planta de mis pies, o en la palma de mis manos. Cicatrices de guerras pasadas, de batallas presentes, de duelos futuros. De pasados, que una vez superados, vuelven dispuestos a convertirse en un presente perpetuo. De tú a tú. De tú a mí. Tú y yo. Tú, que siempre vuelves a mí, conmigo porque no te da miedo luchar, porque ya has visto lo que pasa cuando me rompo, cuando escribo entre sollozos, cuando pregunto a la nada el porqué, y me ahogo en la ansiedad de no encontrar una respuesta, de no tenerla, de no querer buscarla. Y luego estás tú, de nuevo tú, siempre tú, que me encuentras, me amas, me proteges, me salvas… y me impulsas, de una vez y para siempre, a volar.
A ti hermana, por todo, por nada, por siempre.