Suena el despertador y tardo unos segundos en darme cuenta de que Alejandro se tiene que ir a trabajar. Levanto la cabeza y miro el reloj. Las seis de la mañana. Cuando me quiero dar cuenta él ya está en la ducha. Me quedo boca arriba en la cama. Miro atentamente como mi vientre sube y baja al tiempo que respiro lentamente. Me hace gracia. Río pero me tapo la boca para no hacer ruido, como si fuera otra vez la niña que le robaba los pintalabios a su madre, en un intento de hacerse mayor de golpe y porrazo. Cierro los ojos. La idea de tener una vida creciendo en mi vientre de pronto me abruma y no sé si podré hacerlo bien. Ni siquiera sé como decírselo a Alejandro, por el amor de Dios. Sería algo parecido a un ‘¿te acuerdas cuando vinimos de la cena de tus padres? Yo estaba muy cabreada, no entendía porque tu madre me había intentado poner en ridículo continuamente delante de sus amistades. Tú también estabas cabreado, me habías avisado de que cosas así pudieran pasar, pero yo quería ir a conocer a tus padres. Es normal que quisiera, llevamos dos años juntos y ni sabían mi nombre. Las venas de tu cuello se hinchaban por momentos y entramos en casa sin dirigirnos la palabra. Al final entendimos que lo mejor era hablar las cosas, y decidimos discutirlo en la encimera, y en la cama, y encima de la mesa de la sala. Fue una de las mejores noches de mi vida. Después de aquello pude sentir lo que siente cualquier corredor después de hacer una maratón, y mis agujetas estuvieron oliendo una semana a sexo. El caso es que entre tanta testosterona, tanta adrenalina y tanta mala hostia acumulada se nos olvidó ponernos protección. No es que me diera cuenta, puesto que cuando fui consciente de lo que estaba pasando, ya estaba a punto de calbargarte, queriendo demostrar mi madera de amazona, y tú tampoco pareciste darte cuenta, estabas demasiado ocupado desabrochándome el botón del pantalón y pagando todas tus frustraciones entre embestida y embestida. Supongo que lo podemos dejar en empate, puesto que los dos metimos un gol por toda la escuadra esa noche. Y quién diría que nunca te ha gustado el fútbol…’
(Buscando en el baúl de los recuerdos, relatos aparecen)
Archivos Mensuales: noviembre 2016
Te debo una explicación
Por si despiertas y crees que me he ido, por si buscas mi figura entre las sábanas y no me encuentras, por si crees que he huido dejándote solo, escucha.
Nunca he sido una de esas chicas que te pueden sonreír desnudas sin sentirse la persona más horrible del planeta. Por eso de vez en cuando necesito respirar. Necesito poder salir y darme cuenta de que todo es tan bonito como parece, de que cuando vuelva a casa te voy encontrar en la cama, y de que por fin, soy feliz.