Lo que no nos cuenta el narrador interesado, es que la princesa no lloró más una vez que el príncipe se hubo marchado. Entendió que tarde o temprano ella hubiera huido sin esperar ningún zapato de cristal, que el palacio se le hacía demasiado grande y el príncipe demasiado pequeño. Que sus sueños estaban embutidos en una sonrisa de esfinge y sus miedos estaban escondidos tras un ‘todo va bien’. Entendió que ya no necesitaba más capítulos de una historia acabada, que eso ya se lo dejaría a otra a la que le gustaran las historias usadas. Que ella no deseaba pasar página, ni comenzar otro capítulo. Comprendió que quería y necesitaba ser, la única protagonista de una historia en la que las perdices fueran plato único, y esta vez y para siempre, únicamente para ella.