Siempre que hablo de hogares me refiero a brazos de esos que se convierten en refugio, pero no he conocido tranquilidad parecida a la que sentía sentada en tus rodillas. Parece mentira que hace seis años que no soplamos las velas juntos, y que ya no te veo sentado en el sofá con los ojos pegados a la vuelta ciclista. Las comidas familiares no son lo mismo desde que tú ya no cantas tras el último café, y no he vuelto a ver brillar tanto la mirada de la abuela como cuando tú la llamabas chola. Echo de menos esa sensación de tenerte cerca que solo he añorado cuando te tenía demasiado lejos, y llegado el momento me he puesto a pensar en todas las cosas que te pude decir y no te dije, y en todos los besos que solo fueron una reproducción a escala del sentimiento de amor que desembocabas en mí. Puede que haya pasado tiempo suficiente como para pasar página aunque salgas mencionado en todo el libro (de mi vida), pero es que no puedo evitar verte en las lineas de la mano de la abuela, en la sonrisa del tío Imanol, en los besos de la tía Naroa, y en los ojos llorosos de mi madre cada vez que recuerda el momento en el que te dejaste ir.
Feliz cumpleaños cachorro, ojalá algún día pueda soplar las velas a tu lado y decirte al oído que quiero volver a ser pequeña para que me vuelvas a arropar al dormir.
‘Mira abuelito, tú también sales’.