Ella me ve llorar cada día con los ojos inyectados en reproches que llevan tu nombre. Creo que ya no la caes bien, como todas aquellas personas que han entrado en mi vida para convertirla en el más absoluto desastre aunque fuera casi sin querer. Ya no sabe que hacer para verme como antes, hace tanto que no me ve sonreír de verdad que a veces se asusta cuando solo soy capaz de repetir que ya no puedo más. Todo el mundo sabe mi nombre y quizá lo que me gusta hacer después de salir del instituto un viernes por la tarde, pero ella me conoce. Ella sabe con una simple mirada cual es el motivo de mi tristeza, y puede que no sepa como sanarla pero desde luego me hace sentir mucho mejor. Es curioso porque a veces llega a parecer una madre. Sabe que hacer y que decir para que las cosas no me hagan sufrir más de la cuenta y cuando me arriesgo y pierdo sé que no me voy a caer mientras la tenga a ella para sujetarme.
Si no fuera por ella ahora no estaría llorando por ti, pero tampoco podría haber experimentado que se siente cuando por una vez las cosas salen bien.
A veces no quiere decir lo que piensa por miedo a darme unas alas que otro imbécil pueda cortar. Algunas veces le grito mis miedos y ella se queda quieta, callada, hasta que yo termino en un mar de lágrimas y ella me da un abrazo de esos que le dan sentido a todo.
Dice que todo se consigue luchando, y yo he luchado aunque me haya costado más de lo que en un principio pudiera imaginar, así que si algún día acabamos juntos, dale las gracias a ella.
Suelo tener miedo de perderla, ya que a veces mi carácter no es ni para tirar cohetes ni mucho menos para quererme soportar. Pero ella se queda. Siempre se queda, por mucho que sepa que ha empezado el invierno, que estoy enamorada de un imposible y muy lejos de mi hogar. Ella sabe perfectamente que se avecinan tiempos difíciles, pero a ella también le gusta el invierno.
Aunque este año el invierno, solo trate de ti.