Vivo en un país que presume de ser liberal y de respetar la libertad de expresión de los demás, sin embargo el problema comienza cuando una ‘niña’ de 17 años habla de sexo o mejor dicho escribe.
Nosotros, que mucho alardeamos de que vivimos en el siglo XXI, somos los primeros en juzgar todo aquello que se sale de lo estrictamente aceptado a nivel social, porque nos da miedo el cambio, porque es diferente, y somos amantes de esos prejuicios que nos envenenan la sangre y la lengua también. Y claro, la gente espera que me quede en casa escribiendo sobre amistad y amor, porque es que es lo que se supone que está bien, sin saber que al igual que en esos casos se ríe y se llora, también se falla y se folla.
Sin embargo, todos aquellos que van de santos que nunca han roto un plato son los primeros que van a casa y hacen el amor, entre besos, caricias, sonrisas o como normalmente se piensa, mediante el sexo. Y es que todos quieren el típico cuento de Disney, sin darse cuenta de que a la Cenicienta, entre perdiz y perdiz le gustaba que el príncipe le pusiera a cuatro patas para darle ese final feliz que no salía en los cuentos y que a Blancanieves le iban las orgías porque una vez probada las manzana, se había aficionado a las cosas prohibidas.
Y mientras que el mundo siga pensando en la manera correcta de hacer las cosas, yo seguiré interpretando el amor a mi manera, sin límites, sin reglas, con pasión.