Ella estaba hecha de puñales, de recuerdos dolorosos, de mentiras, de lagrimas, de miedos camuflados por una cara de póker con un «todo va bien» pegado en la frente que ni ella misma se creía. Un todo va bien que se desvanecía entre sus dedos, o debajo de esos ojos, que llevaban la cuenta de las noches en las que el insomnio llamaba a su puerta. Y es que no todo es lo que parece. No todo son risas y mala ostia acumulada. Dentro de todo eso, dentro de esa chica que parece fuerte y a la que todo el mundo cree conocer, hay una niña con los ojos llorosos, escuchando al otro lado del espejo quién será el próximo hijo de puta que le romperá el corazón, o el siguiente motivo por el cual se partirá en dos, otra vez. Y es que es verdad eso que dicen, a medida que va pasando el tiempo, aprendes a tragarte todo aquello que sientes, todo aquello por lo que pasas, todo aquello por lo que sufres, haciéndote presa de ti misma, de tu dolor, que aunque nadie note, sigue estando ahí.
Sandra Haya