Cosas de mi vida.

Me he dado cuenta de que la gente tiene una opinión muy equivocada sobre mí. Y lo entiendo. Puede ser que desde fuera todo se vea diferente, mejor. Pero no es así. La gente me ha visto luchando, llorando, riendo, pero nadie me ve al final del día cuando sólo esos pensamientos dañinos me acompañan. Todos han visto esas cicatrices que acompañan mi cuerpo haciendo acto de presencia y representando cada batalla ganada. Pero esas no me duelen. Me duelen las que no se ven. Las que están por dentro y sólo yo puedo notar. Las que se resienten cada vez que alguien me recuerda, de forma cruel, lo que me ha tocado vivir.

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Aunque lo intento llevar lo mejor que puedo. Haciéndoles creer a los que más me quieren que eso me importa una mierda, cuando la que está hecha una mierda la mayor parte del tiempo soy yo. Y sí, sé que podía haber sido peor, pero claro, cuando eres tú la que lo tienes que pasar, ese tipo de consuelo por llamarlo de alguna forma, no te vale y te da más ganas de pegar a alguien que de salir adelante. Es el típico consuelo que mi padre y yo denominamos “el consuelo de los tontos”, lo que uno dice cuando en realidad no sabe que decir y acaba cagándola estrepitosamente. No soy fuerte, para nada. O por lo menos no me lo considero. Quien me conoce bien sabe cuan de frágil soy. Las apariencias engañan y yo de puertas para fuera vivo de apariencias, que me ayudan como una coraza a protegerme de lo que me puede hacer daño. Me gustaría caminar sin miedo y sonreír con ganas, pero si la vida fuera así de fácil, permitiéndonos tener una vida de lujo y sin ningún tipo de problemas, nos acabaríamos muriendo entre tanta monotonía. Mientras tanto sueño, y me abrazo a la idea de que algún día, la gente empiece a pensar y no utilice de forma tan abusiva, los tan famosos prejuicios.

Sandra Haya

Nothing like us.

Puede que ayer lo viéramos todo mejor de lo que hoy lo hacemos. Puede que ayer hubiera sido mejor concedernos sólo un saludo de cortesía después de tanto tiempo. Pero no hubo sólo un saludo, ni sólo un abrazo, ni sólo un beso. Ninguno de los dos quería eso. Ninguno, y por supuesto yo soy la primera en admitirlo. No podía esperar más tiempo para comprobar si conservabas las costumbre de morder al besar, o si me seguías diciendo cuanto me amabas con los ojos inyectados en lágrimas, o si simplemente nuestras piernas seguían encajando igual de bien, entrelazadas, entre las sábanas. Y si ahora me preguntaran si estuvo bien lo que hicimos, haciendo caso omiso a lo moralmente correcto, diría que sí. Que ese fue un polvo de los de repetir y repetir hasta romper las patas de la cama. Hasta que la vecina de quinto, sí esa, la de los rulos, nos dejara sordos y posiblemente desgastara el timbre, también. Que vale, que tenía que haber pasado la noche con quien debía pero la pasé con quién amaba.image

Y es que, en temas del corazón, la cabeza no pinta nada.

Sandra Haya

Campeón.

Corre. Corre más, joder. ¿Qué importa qué la hayas roto el corazón, qué la hayas partido en dos? Tú sólo corre. Corre aún sabiendo que la acabas de joder la vida y que posiblemente no vuelvas a tener una puta historia de amor como la que tuviste con ella. Corre. Sí. Corre aunque tú también te estés muriendo por dar media vuelta y borrar las lágrimas, que caen por sus mejillas, a besos. Corre intentando ocultar al resto del mundo el motivo por el que huyes. Para que la gente no se dé cuenta de que lo que empezó como una chorrada a acabado siendo un mundo. Para que no se den cuenta de que estás cagado de miedo porque la amas, y eso no te gusta. Porque no te gusta actuar por impulsos y no poder controlar tus acciones ni tus reacciones cuando estás con ella. Así que corre. Corre hasta que te falle la respiración y te tengas que doblar sobre tus rodillas. Corre hasta que te des cuenta de la gilipollez que estás cometiendo y vuelvas a por ella. Corre. Pero cuidado, porque puede ser que cuando dejes de correr ya sea demasiado tarde, campeón.
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Sandra Haya

Simplemente vivir.

Quiero dejar de tener miedo. Quiero  dejar llorar. Quiero dejar de vivir por y para avergonzarme de mi misma. Quiero dejar de ponerme limites absurdos y empezar a vivir riesgos. Simplemente empezar a vivir. Empezar a vivir de verdad. Sin miedos, sin peros. Quiero reír hasta perder la razón. Bailar hasta desplomarme. Reír hasta embriagarme de felicidad. Quiero hacer todas esas cosas que no he hecho hasta ahora. Quiero salir por ahí, y que mis pasos sean un eco de la seguridad que tengo de mí misma. Quiero hacerlo, y ya sé que no será ni hoy ni mañana cuando lo consiga, pero algún día mis lágrimas sólo serán de alegría.

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Sandra Haya

Un adiós sin despedida.

Cuando oí la puerta cerrarse, entendí todo. Entendí que te habías ido y que esta vez no iba a valer una disculpa. Entendí por fin que nuestro futuro había estado sellado hacía mucho tiempo porque habíamos sido esclavos de los reproches. Entendí entonces que todo lo que conocí, todo mi mundo, se había esfumado por esa puerta del 3°A. Entendí que ya no iba a haber más de todo aquello que yo siempre había amado, que no iba a haber más besos, ni más “te amo” desesperados, ni más abrazos de bienvenida, ni más polvos de reconciliación. Y por un momento quise salir a gritarte lo que sentía, a decirte que no te podías ir porque yo todavía seguía muriendo en vida cada vez que te veía sonreír, pero sabía al mismo tiempo que eso no nos beneficiaría, que cada persona tenia un tope que nosotros habíamos rebasado mucho tiempo atrás. Sólo deseaba que pasado un tiempo lograramos mirarnos sin despecho, recordando tan solo, lo que algún día nos hizo feliz.
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El final.

No me quise dar cuenta hasta el final de que esto se había acabado, de que estábamos luchando por recomponer algo que ya se había roto hacía mucho tiempo. Intentamos hacer todo lo que estuvo en nuestra mano pero al final el destino nos desarmó, estaba claro que él tenia otros planes. Lo que más me dolía de todo aquello era verte llorar, era ver como el mundo se desvanecía frente a mis ojos con la llegada de la primavera. Ahora tenía que plantearme volver a empezar, pues todos los esquemas que habíamos hecho juntos durante este tiempo los había hecho trizas la realidad. Me costaba imaginar que a la mañana siguiente no despertaría entre las sábanas y cubierta de besos, que no fueras tú quien me susurrara un “Buenos días” al oído con esa voz ronca y sensual que tanto me gustaba. Ahora sólo era una niña asustada que se sentía desprotegida sin la seguridad que le daba estar entre tus brazos. Y sólo me quedaba explicarle a mi corazón que, una vez más, le tocaba reconstruirse y volver a empezar.

Sandra Haya

Recuerdame.

Vete, no voy a ser yo la que te prohíba que seas feliz, lo único que te voy a pedir es que nunca me olvides. Que nunca olvides esas pequeñas cosas que nos hicieron enamorarnos tan perdidamente el uno del otro. Que nunca te olvides de que detrás de todas esas lágrimas también hubieron muchas sonrisas. Que siempre recuerdes que todas las veces que te dije que te amaba lo dije de verdad, porque para mí nunca hubo otro. Que recuerdes que mi piel lleva escrito tu nombre, al igual que tu piel lleva escrito el mío gracias a las tantas noches de pasión que nos concedimos. Que nunca te olvides de que yo fui la que apostó por ti aún sabiendo que iba a ser difícil, aún sabiendo todo el pasado que cargabas a la espalda. Y aunque tú no quieras recordar nada de eso, siempre habrá canciones que te lo recuerden, o calles, o camas, o el mismo verano.

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Sandra Haya

Quizá, sólo quizá.

Dejo que el bolígrafo se funda con el papel un segundo y al siguiente me paro y leo lo que he escrito. Sonrió involuntariamente, pero cuando me doy cuenta de que he vuelto a escribir tu nombre esa sonrisa desaparece. Mierda. Como un mantra intento acordarme de los motivos por los que no eres bueno para mi aunque me doy cuenta de forma instantánea de que el mayor motivo de mi infelicidad soy yo. Con dedos temblorosos empiezo a mirar nuestras fotos, aquellas que plasmaron los felices aunque escasos momentos que pasamos juntos. Saco la carta que hace poco me escribiste y la leo de nuevo. Puede que pienses que no eres nada pero eres la nada que me mantiene vivo. Tu frase. Recuerdo que me puse a llorar cuando la leí por primera vez, igual que ahora. Acarició mi mejilla recordando aquellos momentos en los que eras tu el que limpiaba mis lágrimas mientras me recordabas que tu tampoco eras perfecto. Dejo que una lágrima acaricie mi mejilla y acto seguido exploto en llanto. Te echo de menos. La pantalla de mi teléfono se enciende como cada noche y veo que en ella aparece tu nombre. Descuelgo el teléfono y me limito a escuchar. Oigo tu respiración entrecortada mientras repites mi nombre una y otra vez pidiéndome por favor que te conteste y sé que has estás llorando. Consigo reprimir un sollozo y cuelgo el teléfono. Hoy no, me digo a mi misma, quizá cuando empiece a quererme a mi misma seré capaz de entender que me amas, quizá mañana, quizá.

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Sandra Haya

Confesiones de la noche.

Recuerdo los cristales empañados a base de jadeos desesperados. Tu respiración chocando con mi cuello. Tu boca sobre mi cuerpo, en todas partes. Mis gemidos desesperados por llegar al final de esa tan dulce tortura. Los besos pasionales y efervescentes entre embestida y embestida, marcando un ritmo agónico y celestial. Mientras de fondo se escucha » I’ve got you under my skin» y yo, pérdida una vez más entre tus brazos, en la inmensidad de tus ojos, entre las sábanas que ocultan este placer carnal al resto del mundo no tengo mas remedio que darle toda la razón a Sinatra, porque una noche más, te tengo bajo mi piel.